Hace 40 años, un día como hoy, 3 de marzo, moría un belga llamado Georges Remi, que tuvo en vida tantas sombras como luces. En eso se parecía a cualquiera de nosotros, ajenos a los muchos reconocimientos que él sí tuvo y merecía.
Creció el pequeño Georges envuelto en catolicismo y escultismo; ya de adulto y puesto a prueba, fue cobarde o acomodaticio con los invasores nazis, según se quiera ver; sufrió para asumir sus errores privados, incluido todo el drama íntimo hasta verse casado en segundas nupcias con una empleada mucho más joven. En fin, como diría Osgood Fielding III en «Con faldas y a lo loco», nobody is perfect. Como cualquiera. Pero él no era cualquiera.
La suerte para el resto de los humanos es que Georges Remi supo transmutarse en Hergé, de profesión dibujante. Y como padre de Tintín, creó el único personaje de ficción que, siendo objetivamente perfecto, no resulta odioso. Va a hacer un siglo de aquello y con ese argumento este que les escribe se enfrentó días pasados, cordialmente, a medio centenar de chavales en el instituto «Carmen Burgos de Seguí», de Alovera.
El encuentro venía justificado por un empeño loable, las «I Jornadas GráficaMENTE», un espacio de diálogo sobre imagen, comunicación y arte. Sus organizadores habían pensado que explicar la evolución de LA CRÓNICA a la muchachada podría serles de utilidad. Ciertamente, ya va para un cuarto de siglo que cada día son muchos miles los que se levantan, viven y se acuestan arrullados por las noticias de este diario. A lo largo del pasado mes de febrero, exactamente 432.282 fueron los que se asomaron a este digital. No está mal.
Como preludio de la intervención, lo primero que emergió en la pantalla fue Remi, Hergé… Tintín en resumen, pues el personaje lleva encerrado en él, siempre, a su autor. Con su flequillo enhiesto y con todas las similitudes que cabía encontrar con tan juvenil auditorio. El reportero Tintín de hace casi un siglo era un joven, casi un adolescente, y no ha envejecido un ápice. Misterio. Como misterio para cualquier adulto es el joven, el de hoy, solo o en multitud.
Desde la ignorancia cada vez más absoluta que dan los años, al ponente se le ocurrió animar a la concurrencia a que aprendieran de Hergé y de Tintín más que de LA CRÓNICA. O, si acaso, al mismo nivel que de los que hemos hecho posible este diario desde 1999, si lo prefieren. Con nuestros errores. Porque, por esos azares de la existencia, todos los antes citados, reales o de ficción, compartimos el mismo afán por asomarnos al mundo, para intentar comprenderlo y dejarlo más o menos explicado a disposición de otros, lectores de cualquier edad, en cualquier circunstancia. También equivocándonos, rectificando e intentando mejorar a la siguiente.
Que se sepa, Tintín sólo escribió un reportaje y fue en su primera aventura, la que en 1929 le llevó a la Rusia soviética. Importa poco tan escasa producción periodística. Lo relevante es que Hergé creó para él un mundo completo de fantasía que era el propio mundo real, más verosímil incluso que el modelo. Y lo memorable es que ese habría sido un decorado vacío si no hubiera llenado cada una de las páginas de cada uno de sus libros con la lealtad incombustible de todos los personajes entre sí.
Quizá por eso, por la apelación a la lealtad (al otro y a uno mismo) y a la necesaria curiosidad permanente para vivir y saberse vivo ya valiera sentirse tan abrumadoramente antiguo hablando a un numeroso grupo de jóvenes que, al menos, callaban.
Recordando a Tintín. En Alovera.