En la ciudad francesa de Nantes es fácil ver un buen repertorio de penes asomados a los balcones. Decir eso no es mentir, sobre todo cuando es algo que se viene escuchando desde hace siglos. Con mucho menos se han construido verdades universales a partir de la falsedad más absoluta.
Los nanteses, entre divertidos y abrumados, sostienen que el origen de todo esto es muy anterior a la Revolución Francesa, cuando la costumbre de forjar las barandillas de la ciudad con ese diseño ya fue pasando al olvido, aunque quedara para la posterioridad el peculiar trazo del hierro, con las vergas y aparentes testículos repetidos rítmicamente por algunas fachadas.
La leyenda urbana insiste en que se usaban para anunciar de un modo pudoroso los prostíbulos. No es verdad. De hecho, y en su descargo, los vecinos de la ciudad bretona sostienen que algo similar se puede encontrar aún hoy en capitales como París o Burdeos. Con menos ruido y menos cachondeo.
La anécdota, por grosera y divertida, nos puede venir bien en estos días que ya anuncian en lontananza elecciones políticas por doquier.
No es que los candidatos vayan a exhibirse con las vergüenzas al aire, sean físicas o financieras, porque esas se las taparán de la mejor manera posible, ténganlo por seguro. En cambio, sí es más que probable que asistamos a un vertido incontrolado de suposiciones no contrastadas, medias verdades mal planteadas, mentiras absolutas presentadas como hechos ciertos, datos equívocos y cifras inventadas.
Para atajar la inminente oleada de mensajes tóxicos, nada inocentes la mayoría de ellos, debiera valer con recurrir a los periódicos, esos que ya casi han desaparecido de los kioscos, e incluso a las radios o a las televisiones. También, obviamente, a diarios digitales como LA CRÓNICA. No bastará.
El que no haya caído en las redes de las redes sociales que levante la mano, si es que le queda libre alguna, con sus correspondientes dedos, de tanto hurgar (y hozar) compulsivamente en ellas. Chapoteamos (casi) todos y esto es más insano que la vieja piscina del Parque Sindical en plena canícula madrileña, atiborrada de humanos.
Todos hemos aceptado el deterioro de los medios de comunicación, esos alegres suicidas que creyeron poder dominar al monstruo sin forma definida, omnipresente y letal que vive de lo que algunos todavía llaman «fake news» para no referirse a lo que es, lisa y llanamente, la expresión indeleble de una mentira manifiesta y constante que se replica hasta el infinito y más allá. Buzz Lightyear lo puede acreditar.
Bien está que aceptemos que la verdad es inalcanzable, porque en términos absolutos así ocurre, pero sí que podemos esforzarnos por entender la realidad y despejarla de tantos ajustes fiscales que esconden subidas de impuestos, solidaridades intergeneracionales que sólo justifican el robo de las pensiones que nos prometieron hace décadas y tantas otras añagazas «político-lingüísticas» a las que nos acostumbran y con las que nos amenazan.
A su lado, el equívoco de los penes en los balcones es una cándida historia, un inocente juego visual para pasar un rato.
Las mentiras de esos otros duelen más y se olvidan peor.
Prepárense, porque vuelven a la carga.
Por aquí intentaremos evitárselas. A cambio, sólo les pedimos que se pasen cada día por este diario, que es el suyo, y comprueben si lo vamos consiguiendo.