En un mundo sustancialmente aburrido, como lo fue durante siglos este que habitamos, los humanos agradecíamos llevarnos al caletre algo que nos quitara el sopor de la costumbre.
Una epidemia de peste por aquí, una mala cosecha por allá, las levas del señor de turno, embarazos, abortos y sermones entretenían al personal tanto o más que una guerra bien servida o la certeza de que al mundo le quedaban, a falta de telediarios que lo ilustraran con retransmisión en directo, pocos bisiestos más.
El caso era estar entretenidos para ir tirando, sobrellevar con algo diferente en el calendario la falta de horizonte de aquellas existencias, tan retozonas por las noches para aliviar picores como para evitar resfriados ya fuera en las casas de la gleba como en los conventos. Tan transversales, sin saberlo.
Eso era entonces y no debiera serlo ahora, que si de algo andamos sobrados es de estímulos que nos dejan al borde de la saturación sensorial, anímica y moral.
Por llevar un orden, más le valdría al dueño del mundo dejar de hacerse pasar por un gañán no sea que terminemos por considerar que, en efecto, lo es. De Donald Trump ya conocíamos su capacidad para la codicia y la mentira, virtudes empresariales ambas que, unidas, tantos réditos le han dado en su intensa existencia, quiebras incluidas.
Lo que ya es pasarse, porque para tanto nadie está preparado, es que un presidente de los Estados Unidos y su colaborador Elon Musk hayan podido asegurar que dentro de su nación una agencia gubernamental gastó 8 millones de dólares en crear ratones transgénero… cuando en realidad se trataba de laboratorios que experimentaban con ratones transgénicos.
De la confusión sacaron partido en las tertulias de la televisión de aquel país días atrás. Especialmente gratificante es, como casi siempre, lo dicho por Bill Maher en su programa. Pueden ir directamente al minuto 4 o, mejor aún, verlo entero si tanta imbecilidad enlazada no les apabulla:
Eso allí, en la sede del imperio, donde parecen estar curados de espantos porque, a falta de estadísticas fiables, ni los suicidios ni los asesinatos han aumentando de un modo tan claro como para atribuirlo al flequillo de nuestro querido zanahorio y a lo que se cultiva a su sombra, entre la línea de las cejas y la coronilla.
Aquí, en la España más suburbial de los últimos tiempos europeos, nos conformamos con María Jesús Montero y con los invitados de «Todo es Mentira», un suponer. Cuñadismo en vena, en cualquier programación.
La vicepresidenta es esa aguerrida que durante cinco días soñó con ser el califa en lugar del califa pero se quedó con cara de visir Iznogud (el nombre-coña creado por Goscinny para su personaje porque He´s no good en su maldad; ella lo es en su torpeza salpimentada de muy poco refrenada ambición). Aludimos, claro, a la alegre supresión de la presunción de inocencia en efusión mitinera por parte de la sevillana. ¿Queremos más? Ella, probablemente, no da para más, así que tampoco insistamos.
Y si pasamos páginas, o las recorremos en sentido inverso como cualquier buen lector de la prensa deportiva, el sobresalto es tan permanente que pone en serio compromiso las coronarias de cualquiera, incluso los más avezados en bucear por el cenagal informativo de cada día. Esto, que es puro axioma, nos justifica para no entrar en más dolorosos detalles.
Es muy probable que Trump no consiga destruir el mundo, que Putin no entre victorioso en Berlín sobre barriles de petróleo y que China no asfixie a la Humanidad con su carbón quemado como incienso del comunismo capitalista, sacrosanta religión de aquella dictadura. Puede ser que la panda que gobierna esas potencias no la líe pulsando el botón equivocado. O que el Príncipe de los Creyentes de Marruecos se resista a la tentación de recordar un año de estos Annual y asomarse en F-35 para darse un paseíto por Sevilla.
Ellos parecen sometidos al spleen de los emperadores romanos, siempre necesitados de alguna potente excitación. Baudelaire lo conoció, pero lo convirtió en poesía. Sutiles diferencias
Y a nosotros, mientras, nos tienen al borde de la desesperación.
Sólo un resucitado de otro tiempo clamaría por los proletarios, tan desaparecidos, cuando lo único que quedamos hoy somos los ojipláticos, famélica legión en busca de sentido.
Por eso, y por mucho más, ¡Ojipláticos del mundo, uníos!
Miseria y compañía es el consuelo, escaso, de aquel viejo refrán.
• ——————————————————— •
Más artículos de Augusto González Pradillo:
- AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / García-Page añora 1982
- AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / Por qué Guadalajara tiene un futuro complicado