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19 noviembre 2024
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AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / Los tres matrimonios del señor concejal

Fernando Parlorio, concejal de cuerpo menguante pero de cordialidad permanente, pregonaba el pasado viernes desde Twitter su satisfacción por sus últimos tres matrimonios.

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Los que han mandado en España de forma continuada en los últimos siglos suelen excusar sus privilegios materiales en los que ya tenían sus padres y abuelos.

Se escudan muchos pudientes, con aparente humildad llena en realidad de soberbia, en la biblioteca familiar, cuajadita de clásicos franceses del XIX, como origen de esa su superioridad. Otros se conformaban con el Círculo de Lectores, cuyo vendedor llamaba con sistemática persistencia a la puerta de casa a fecha fija para que se fueran llenando los anaqueles. Tampoco les ha ido tan mal. Hasta han sobrevivido.

Entre aquellos muchos libros, había uno de Giovanni Guareschi, ilustrado en su portada con un cura de sotana portando una cruz, espalda contra espalda de un comunista bigotudo, armado a su vez de escopeta y con la hoz y el martillo en un brazalete. Eran, como alguno ya habrá deducido, Don Camilo y Peppone, los célebres personajes. Tiempos aquellos en que un párroco y un alcalde se enfrentaban sin sangre y hasta se unían, cuando era inevitable, para arreglar los errores de Dios y de los hombres…

Sirve todo lo anterior, aunque no lo parezca, para ubicar el entusiasmo con que los ediles de hoy se aplican a ejercer el oficio que antaño llegó a estar reservado a los sacerdotes, sobre todo en la España del nacionalcatolicismo. 

Fernando Parlorio, concejal de cuerpo menguante pero de cordialidad permanente, pregonaba el pasado viernes desde Twitter su satisfacción por sus últimos tres matrimonios, sin desdoro del que le une felizmente con su esposa:

Para eso hemos quedado, que diría el castizo. Para eso o para ir al notario, que también vale.

Es incierto que la gente no se case, como le confirman a este su seguro servidor en la tienda de la ciudad que más vestidos de boda vende. Se casan, sí, pero de forma diferente. Incluso de tres en tres en un sola mañana, en el alarde productivo del concejal.

Los curas se están volatilizando, sin alternativas. Los alcaldes, en cambio, permanecen… hasta que las urnas los echan y probamos con otro, para volver a constatar nuestro error y la mecánica necesidad de volver a probar con otro quizá menos negado. O con otra.

En esto de los desafectos, la religión (católica) le lleva la delantera a la política nacional o municipal, con gran distancia.

A misa ya no van más que unos cinco millones, que parecen muchos pero son apenas el 12 por ciento de los que tenemos DNI. Ya son menos de un tercio los nacidos en España que son bautizados. Los que se reconocían como creyentes en 2010 eran 3 de cada 4; ahora apenas superan la mitad. Y el colofón es que apenas 1 de cada 8 matrimonios pasa por la vicaría. 

Y los concejales, mientras, con exceso de faena. Será que la política es más difícil de evitar que la religión y sus sacramentos.

Al Dios que no pudo matar ni la Ilustración, ni Nietzsche, ni Heidegger le está desahuciando de nuestras vidas la propia Iglesia que había estado creciendo a su costa los últimos 2.000 años. Tanto es así que algunos en su seno han devenido, astutamente, de pastores de fieles en gerentes de ONG’s con boyantes plantillas, alimentadas por los mismos fondos públicos que le pagan el sueldo a los concejales que, de vez en cuando, casan a las parejas que los curas ya no casan. Para eso nos sirve un concejal, entre otras cosas.

Si antes el personal buscaba consuelo en el confesionario, ahora se consuela con los exabruptos en las redes sociales, lo que explicaría que cada vez más se hallen en permanente estado de cabreo retroalimentado, sin posible solución ni final. Habría que ver si hemos salido ganando con el cambio.

Guareschi, el novelista, mantuvo la saga como un éxito editorial gracias al gracejo y al imprescindible entendimiento entre sus personajes, incluido un Crucificado que le hablaba al cura y sólo al cura. ¿Entenderse, decimos?

El que encuentre algún parecido con la realidad presente, que lo diga o que lo compre. Sería un tesoro. Sería un milagro.

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