Este viernes, el Ayuntamiento de Guadalajara hacía un homenaje en mármol a 976 víctimas del franquismo. De eso ya ha dado cumplida cuenta LA CRÓNICA, en una amplia información. Intencionadamente, en la noticia no hay referencia a uno de los hechos más notables del evento: la presencia allí de un concejal de Vox.
Ser concejal es una condición que no se pierde cuando uno duerme ni cuando entras al baño. Tampoco se debiera abandonar, y ni siquiera pretenderlo, en las barras de los bares, porque los despropósitos no quedan bien ni cuando se dicen en un salón de plenos ni cuando se malmete en tertulia, con café o caña. Pero entre los concejales hay de todo, como cualquiera puede imaginar.
En el acto que este 5 de noviembre presidió en el camposanto de Guadalajara el alcalde de la ciudad, Alberto Rojo, se reunieron concejales del PSOE, de Unidas Podemos y de Aike. No se vio a los del PP ni a los de Ciudadanos, aunque estos últimos compartan poder y poderío con los socialistas en la capital. De los de Vox, no estuvo el portavoz, pero sí Javier Toquero. De él, y de eso, hablamos.
Quienes conocimos a «Salva» Toquero recordamos a un hombre cabalmente noble, que propiciaba con su aparente adustez errores de juicio entre los que no le conocían lo suficiente. Salvador Toquero, el periodista y el amigo, era tierno en lo profundo y declaradamente humano. Aunque no le sonriera ni a todo ni a todos, como hacen tantos.
Años después, a su hijo Javier le puede esa contención en el gesto incluso cuando desde 2019 anda metido en la política municipal, bajo las siglas de Vox. Este viernes acudió al cementerio, ante el pasmo de muchos de los presentes. Y lo hizo tanto a título institucional como personal, porque quería «estar con esos familiares», como le ha confirmado en conversación telefónica al arriba firmante.
Ojalá hacer normal lo que debiera ser normal no propiciase un artículo como este, pero la guerra incivil y sus consecuencias, tantos años después, nos siguen poniendo ante el espejo. Y lo que se ve, asusta.
Escribimos ojalá, que es la traslación al castellano de la expresión árabe law šá lláh, «si Dios quiere», y seguimos teniendo problemas irresolubles con el concepto y la aplicación de la tolerancia entre las culturas, las personas, los partidos y hasta con nosotros mismos.
Vivimos, sí, pero nos cuesta convivir… y eso les pasa hasta a los muertos, por culpa de los que por aquí andamos, incapaces como somos de avanzar sin tropezar de tanto hacerlo mirando para atrás. Unos y otros, incluso con buena intención.
Por eso, que un concejal no olvide sus vivencias familiares y que estas no le impidan mirar de frente a sus convecinos; que practique con hechos la empatía (ese palabro) que tantos reclaman y que tan poco ejercen o que, a fin de cuentas, no renuncie a ser distinto por ser él mismo, es algo que merece siquiera una mención.
Vivir y convivir en Guadalajara a veces empieza, curiosa paradoja, entre los muertos del cementerio. Ellos al menos, pueden seguir esperando. Los que aún vivimos necesitamos más dosis de sentido común. Estamos tardando. Y no somos eternos.