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22 noviembre 2024
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AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / La mascarilla navideña del alcalde de Guadalajara

El alcalde de Guadalajara, que es un hombre bienintencionado y enemigo de desentonar, ha comparecido en el inicio de las festividades navideñas pagadas por la Corporación con una llamativa mascarilla.

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¿Recuerda el lector los perritos aquellos que movían la cabeza desde la repisa trasera de los coches, a finales de los sesenta? Para mantener eso en la memoria, primero hay que haberlo vivido y después rondar la edad de la jubilación, si no haberla franqueado abiertamente. Aquella tontería se generalizó tanto como las fotos de carnet embutidas en un marquito magnético con el imperativo «¡No corras, papá» que se ponía en el salpicadero. Por entonces, las mujeres apenas conducían y nadie consideró lo de pedirle prudencia a las mamás. Hoy, a veces, resulta imprescindible.

Los seres humanos tenemos una tendencia pertinaz a hacer lo que otros hacen, como el Vicente que va donde va la gente del refrán. Ahora, en plena pandemia, lo que ha estallado es la competición por alegrarse la cara sin que se te vea el rostro. La mascarilla, inevitable, se ilustra con innumerables diseños, como si fuera un lienzo que huye del blanco o del azul quirúrgico.

El alcalde de Guadalajara, que es un hombre bienintencionado y enemigo de desentonar, ha comparecido en el inicio de las festividades navideñas pagadas por la Corporación con una llamativa mascarilla. Ahí la tienen, en la foto, para ahorrarnos descripciones.

Alberto Rojo, con mascarilla navideña.
Alberto Rojo, con mascarilla navideña.

Con el portal de Belén de parapeto es probable que no haya virus que se atreva a traspasar la barrera y colarse hasta la faringe. O quizá sí, que en estos tiempos tan descreídos nadie ha constatado si el COVID-19 es creyente, ateo, agnóstico o mutante. Mejor confiar en la triple capa antes que en el detente bala de una ilustración.

El siempre diligente José Morales ya tiene otro motivo más para plantear su enésima pregunta, moción o discrepancia acerca de cómo el Ayuntamiento aplica eso de que el Estado es laico y que sus representantes en la tierra, sacerdotes a sueldo de la cívica religión, estarían obligados a predicar con el ejemplo. ¿Le molestará al concejal de Unidas Podemos-IU la mascarilla del alcalde con la Sagrada Familia, la mula y el buey? ¿Se molestará en ofenderse o lo dejará pasar?

Llegados a este punto y a esta línea del artículo más de uno pensará que vaya gilipollez. Y tendrá razón.

Con la relación casi diaria de muertos después de nueve meses de pandemia deberíamos haber aprendido, todos, qué es importante y qué no. Qué es prioritario y qué es secundario. Dónde está lo esencial y dónde se esconde lo accesorio.

Puestos a aprovechar el tiempo y los esfuerzos, a uno le agradaría ver resuelto cuanto antes el inmenso problema de tesorería de tanto pequeño empresario de Guadalajara, de entre los que aún no han cerrado sus negocios. Porque morir del virus o de hambre no debiera ser una disyuntiva.

Si hay que preocuparse de la clase obrera, habrá que reconocer con urgencia las denigrantes condiciones de trabajo de miles y miles de jóvenes vecinos que son carne de cañón del capitalismo transnacional. ¿Que dónde están esas víctimas del capital? Búsquenlas en las naves de logística de todos estos contornos y los verán, cobrando a fin de mes un magro sueldo que no compensa las ocho horas a pie firme, a ración completa de movimientos acelerados y constantes para intentar cumplir el objetivo de expediciones marcado por el encargado. El Chaplin de «Tiempos modernos» se ha reencarnado en la Alcarria, aunque no queramos verlo y aunque muchos, encima, lo aplaudan.

Si hay que lamentar la ausencia de Dios y de su auxilio, más hay que enojarse por cómo la caridad cristiana ha servido de excusa crematística para que algunos se monten chiringuitos boyantes donde, administrando el dinero público del que se nutren, mantengan una estructura empresarial que da empleo a los suyos a cambio de un servicio que bien podría hacer directamente la Administración.

Los problemas son infinitos, más allá del coronavirus aunque con este como primera preocupación presente. Para el futuro, iremos intentando resolver todo lo demás.

Pero ahora toca entontecerse con la Navidad, como si saber cuántos pueden cenar en casa resultara ser lo más importante de nuestras vidas… mientras otros la pierden. O como si fuera trascendental discutir si la iluminación callejera es necesaria, un dispendio, un capricho, un acierto o algo más que una polémica política fútil entre fútiles ediles cuando no están a lo que deberían estar.

Vamos a intentar acabar con este virus, disculpen ustedes la insistencia, sea cual sea la mascarilla de nuestro alcalde, esa que ha servido de reclamo para que usted lea esta reflexión.

Todo lo demás vendrá después, aunque no para los que ya han muerto ni para los que aún quedan por morir. Con esa tragedia ante los ojos sólo cabe un ruego desde aquí hasta la Navidad y más allá: prudencia, por favor. No se me ocurre mejor deseo para esta Navidad. Sin asomo de frivolidad.

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