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22 noviembre 2024
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AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / Historia de tres niñas prostituidas

Ni sepultados por las toneladas de bits de información que recibimos cada día podemos escondernos. Y eso reza igual para el periodista y para el lector.

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Dans ma rue y’a des ombres qui s’promènent
Et je tremble et j’ai froid et j’ai peur

 

I

Hace ya unos años, en aquel día tan agradable, Guadalajara se llenaba de cuentos y de buenas intenciones, con el Palacio del Infantado salpicado de las sonrisas complacidas de muchos padres, que aún confían en que sus hijos lleguen a ser buenas personas. Mientras, en Toledo, una niña terminaba de ser la protagonista de una historia de terror real. La pesadilla sólo concluyó por la actuación de los policías.

La repugnancia de aquella noticia era tanta que aún hoy se resume mal: una madre alcohólica consiente que su hija vaya a España, a un destino incierto pero adivinable, con aquellos canallas que años antes habían violado a la cría en su Rumanía natal; a partir de ahí, prostitución, golpes, consumo forzado de drogas, enfermedades… y el intento de venderla por 2.000 euros. Convertida en objeto a un precio de saldo, aun así se aferró a un penúltimo aliento para denunciar el caso. Su caso. Sus náuseas… y también las nuestras, al conocerlo entonces en sus más penosos detalles. Y ahora, al recordarlo.

La capacidad del ser humano para la barbarie y para lo sublime puede que sean equivalentes, pero sus ecos no lo son. El Mal existe y eso es tan irrefutable que obliga a la existencia de Dios, siquiera como contraste: un dios empequeñecido hasta una escala casi humana, falible, desconcertado ante su cósmica chapuza.

Quienes asumimos que la verdad es inalcanzable aceptamos que sólo podemos escudriñar lo que nos rodea para intentar atisbarla. Por eso, estamos curados de las tentaciones mesiánicas de algunos de los que nos gobiernan, pero sufrimos de otros males. Por ejemplo, del dolor ajeno. Ni sepultados por las toneladas de bits de información que recibimos cada día podemos escondernos. Y eso reza igual para el periodista y para el lector.

II

Dicen que la infancia es un invento moderno, posterior a la Revolución Industrial. Puede que sí, más allá del cinismo que encierra la idea. Pero ejemplos de que el virus del maltrato a los menores nunca ha abandonado nuestro cuerpo social los encontramos por donde queramos mirar.

Así, hasta cándidos libros infantiles se han escrito sobre la historia de la bailarina que Degas convirtió primero en figura de cera y luego en una limitada serie de esculturas fundidas en bronce, siempre con sus tutús de puntillitas. Una de esas copias está en el Musée d’Orsay, en el centro de una sala. Más en la sombra queda la historia de la modelo, que posaba por unos pocos francos en el estudio de Montmartre después de las agotadoras sesiones de barra, mientras ella y sus compañeras eran rijosamente observadas por los burgueses parisinos que, un día sí y otro también, las alquilaban como púberes prostitutas. Con el artista no consta que hubiera relación carnal en aquellos años y luego terminaron por no tener ninguna: ella desapareció de los anales sin dejar huella; él, se convirtió en cenizas en el pequeño mausoleo familiar de los «De Gas», a escasos metros de ese Boulevard Clichy donde le filmó en su vejez, sin pretenderlo, una cámara: barbudo, viejo, cansado y triste.

Panteón de la familia De Gas, en el cementerio de Montmartre. (Foto: A. González)
Panteón de la familia De Gas, en el cementerio de Montmartre. (Foto: A. González)

Si caminas hoy por allí, al caer de la noche te encontrarás a un par de discretas meretrices, inmóviles al lado de donde se recargan unos coches eléctricos tan de alquiler como ellas mismas. Están adecuadamente alejadas del Moulin Rouge, para no incomodar a los turistas que hacen cola, y también del sex shop que aparece en «Amélie», donde trabajaba su enamorado. Nada es sórdido, porque en París resulta difícil que lo sea el sexo, al igual que es extremadamente fácil que nos lo parezca (porque lo es) en el Madrid de la calle de la Ballesta o en Desengaño, donde las del Este y las nacionales se disputan territorio a voces y a guantazos. Un fenómeno pendiente de estudio el de las cualidades cutres de las ciudades.

Pero no dejemos Montmartre.

Calle de Montmartre. (Foto: A. González)
Calle de Montmartre. (Foto: A. González)

III

Fue allí, en 1946, donde Edith Piaf situó una de las canciones más estremecedoras de todo el siglo XX. Apenas había acabado la Segunda Guerra Mundial, con toda su carga de heces morales. Por ahí andaba aún Albert Camus, encamado con María Casares y a sueldo de Gallimard, antes de buscar un hogar familiar a la orilla del Sena. Han pasado setenta años que pesan para Europa como setenta siglos, pero la historia se repite como si el Mal fuera el dios de nuestro tiempo. En París como en Toledo.

Anímese a leer la letra y a escuchar luego la canción. Y si el cuerpo le pide llorar, hágalo sin pudor. Es lo mejor que podemos hacer cuando no encontramos remedio al Mal hecho carne, que habita entre nosotros. Llorar sin miedo y pensar luego en cómo erradicarlo, para intentar no dejar de ser y de sentirnos dignos miembros de la especie humana.



J’habite un coin du vieux Montmartre
Mon père rentre saoul tous les soirs
Et pour nous nourrir tous les quatre
Ma pauvre mère travaille au lavoir
Quand j’suis malade, j’reste à ma fenêtre
J’regarde passer les gens d’ailleurs
Quand le jour vient à disparaitre
Y’a des choses qui me font un peu peur
 
Dans ma rue y’a des gens qui s’promènent
J’les entends chuchoter et dans la nuit
Quand j’m’endors, bercée par une rengaine
J’suis soudain réveillée par des cris
Des coups de sifflet, des pas qui trainent
Qui vont, qui viennent
Puis le silence qui me fait froid dans tout le coeur
 
Dans ma rue y’a des ombres qui s’promènent
Et je tremble et j’ai froid et j’ai peur
 
Mon père m’a dit un jour : «Ma fille
Tu vas pas rester là sans fin
T’es bonne à rien – ça c’est de famille
Faudrait voir à gagner ton pain
Les hommes te trouvent plutôt jolie
Tu n’auras qu’à partir le soir
Y’a bien des femmes qui gagnent leur vie
En s’baladant sur le trottoir»
 
Dans ma rue y’a des femmes qui s’promènent
J’les entends fredonner et dans la nuit
Quand j’m’endors, bercée par une rengaine
J’suis soudain réveillée par des cris
Des coups de sifflet, des pas qui trainent
Qui vont, qui viennent
Puis ce silence qui me fait froid dans tout le coeur
 
Dans ma rue y’a des femmes qui s’promènent
Et je tremble et j’ai froid et j’ai peur
 
Et depuis des semaines et des semaines
J’ai plus de maison, j’ai plus d’argent
J’sais pas comment les autres s’y prennent
Mais j’ai pas pu trouver de client
J’demande l’aumône aux gens qui passent
Un morceau de pain, un peu de chaleur
J’ai pourtant pas beaucoup d’audace
Maintenant c’est moi qui leur fais peur
 
Dans ma rue, tous les soirs j’me promène
On m’entend sangloter et dans la nuit
Quand le vent jette au ciel sa rengaine
Tout mon corps est glacé par la pluie
Et j’en peux plus, j’attends qu’en fait
Que le bon Dieu vienne
Pour m’inviter à m’réchauffer tout près de lui
 
Dans ma rue y’a des anges qui m’emmènent
Pour toujours mon cauchemar est fini

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Vivo en la esquina del viejo Montmartre
Mi padre vuelve a casa borracho todos los días
Y para alimentarnos los cuatro
Mi pobre madre trabaja en la lavandería
Cuando estoy mala, me quedo en la ventana
Veo a la gente pasar
Cuando el día se acaba
Hay cosas que me dan un poco de miedo
 
En mi calle hay gente que se pasea
Yo les oigo murmurar y por la noche
Cuando me duermo, mecida por una canción
Me despiertan, de repente, gritos
Silbidos, pasos que se arrastran
Que van, que vienen
Seguidos del silencio que me hiela el corazón
 
En mi calle hay sombras que se pasean
Y yo tiemblo y tengo frío y miedo
 
Mi padre me dijo un día: “Hija mía
No vas a estar aquí siempre
No eres buena en nada – eso es de familia
Tendrías que empezar a ganarte el pan
Los hombres te encuentran bastante guapa
Sólo tendrás que salir de noche
Hay muchas chicas que se ganan la vida
Paseándose por la acera”
 
En mi calle hay mujeres que se pasean
Yo las oigo tararear y por la noche
Cuando me duermo, mecida por una canción
Me despiertan de repente gritos
Silbidos, pasos que se arrastran
Que van, que vienen
Seguidos del silencio que me hiela el corazón
 
En mi calle hay mujeres que se pasean
Y yo tiemblo y tengo frío y miedo
 
Y desde hace semanas y semanas
Ya no tengo casa, ya no tengo dinero
No sé cómo lo hacen las otras
Pero yo no pude encontrar clientes
Pido limosna a la gente que pasa
Un trozo de pan, un poco de calor
Sin embargo, no soy muy audaz
Ahora soy yo la que les da miedo
 
Por mi calle, me paseo todas las noches
Se me oye sollozar y por la noche
Cuando el viento lanza al cielo su canción
Todo mi cuerpo se hiela por la lluvia
Y no puedo más, sólo espero
A que el buen Dios venga
Para que me invite a calentarme cerca de sí
 
En mi calle hay ángeles que me llevan
Mi pesadilla se ha acabado para siempre

NOTA DEL AUTOR: Este artículo, con muy ligeras modificaciones, fue inicialmente publicado en LA CRÓNICA el 19 de junio de 2016

Paris, desde Montmartre. (Foto: A. González)
Paris, desde Montmartre. (Foto: A. González)

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