«No se puede ser libre gratis». La cita es tan cierta como reciente. Quien se la regala a los lectores de LA CRÓNICA no es el autor de esta líneas, que actúa como mero transcriptor. Tampoco la encontraríamos en un libro al uso, ni en ninguna enciclopedia, aunque lo mereciera por lo que encierra de verdad. Esa frase está en el Whatsapp de este periodista y la escribió, el pasado martes, Daniel Martínez Batanero. Un regalo. Uno de muchos para quienes tuvimos la suerte de contar con su amistad.
Hablar con Dany, pues él se empeñaba en escribirse el nombre así, suponía echarle tres cuartos de hora a la que te descuidaras. En tanto continente cabía de todo, como en su propia vida y en su privilegiada cabeza. También en el corazón, aunque ese músculo canalla haya sido el que le ha fallado, incapaz de contener tanta vida como se merecía este hombre.
Para trazar una semblanza de Martínez Batanero lo más apropiado sería constreñirla a los estrictos límites de un soneto, pero para eso habría que ser él… y para eso ya no habrá otro. La capacidad matemática le facilitaba los endecasílabos, pero para nutrir cada verso se requería de su humanidad, esa que derrochaba con los amigos e incluso con los enemigos… si es que realmente tenía alguno. Las zancadillas las sufría entre sonrisas, aunque los más cercanos sí que sabían del daño recibido. Su mujer y sus dos hijos compartieron esos pesares, fundamentalmente llegados desde la política; tras el duelo que ahora comienza serán los que mejor revivirán a Daniel Martínez Batanero, en sus recuerdos.
A los demás se nos ha quedado un nudo en la garganta y un amigo en el camino. Tanto por hacer y por decir, recordando los muchos kilómetros andados juntos y los que aún había que caminar (o incluso navegar) hasta donde marcara nuestro destino. Nadie imaginó nunca esto. Nunca lo hablamos. Jamás lo supusimos. ¿Cómo hacerlo, entre amigos?
«No se puede ser libre gratis», me recordabas hace apenas dos días que parecen siglos para consolarme del penúltimo rasguño periodístico. Ahora tú eres más libre que cualquiera de nosotros. Al precio más caro, que es el de la despedida sin adiós y sin remedio.
Descansa en paz, amigo y compañero.