Al paso que vamos, lo de ejercer el periodismo en una redacción se va a terminar conjugando solo en tiempo pasado. No hablo del teletrabajo, que tantos estragos ha causado y seguirá causando, sino de ese otro virus que asola esta profesión desde hace lustros, por no decir décadas.
Desde LA CRÓNICA, 22 años después, sabemos bien que el oficio de informar se ha tenido que adaptar a las circunstancias, adelgazando plantillas hasta llegar a la consunción con tal de no morir en el intento.
Entre los que por aquí han pasado y ya no ejercen, alguno se gana la vida desde hace años encima de un tractor; otros, en la logística, como tantos paisanos; o dando clases en institutos; o metidos en política… Es comprensible que se atienda a la estabilidad profesional y económica cuando es incompatible con eso tan evanescente que se llamaba vocación; en consecuencia, todos ellos han pasado a mejor vida sin necesidad de camposanto.
Hay otro grupo de excompañeros de esta casa que se han reubicado, para alivio de sus cuentas bancarias y tranquilidad de sus parejas, en lo del periodismo institucional, que existe y se puede practicar sin desdoro… aunque casi siempre con mucho sufrimiento. Hay pocas situaciones más ingratas para un político que la de someterse ante un periodista, ya sea en una rueda de prensa o en la soledad de un despacho.
En esa nueva tesitura se va a empezar a ver uno de los periodistas guadalajareños más incombustibles hasta el presente: se llama Raúl Conde y escribía, garlopa en mano, en El Mundo. Ahora, también él lo conjugará en tiempo pasado, porque lo ha cambiado para ingresar en la cofradía de los asesores ministeriales. En este caso, de Isabel Rodríguez.
Sólo hay una cosa mejor que ir: regresar. Este periodista que a veces les escribe, más por viejo que por sabio está ya de vuelta de muchas cosas. Por eso sabe, sé, que como en la casa de uno no se está en ningún sitio. Ese valor de la independencia personal reconforta, aunque no lucre.
Raúl Conde, que ha demostrado a lo largo de los años ser más listo que la media y más leído que casi nadie, seguro que encontrará la manera de sacar provecho (en el más humano e íntimo de los sentidos de la expresión) a la etapa que ahora inicia.
Algunos echaremos de menos sus columnas e incluso lo de discrepar de sus planteamientos, discutir con él por WhatsApp argumentos y refutaciones y terminar por compartir risas telemáticas, como colegas en la distancia.
El periodismo no es el mejor oficio del mundo, por más que lo dijera aquel colombiano ocurrente y respetado. No lo es, porque muchas veces no pasa de ser un puto oficio. Y sin embargo, los que no sabemos respirar sin ser periodistas estamos condenados a aferrarnos a él como el náufrago al madero.
Y un último favor, Raúl: si por los pasillos de Castellana,3 te encuentras a deshoras con el espíritu de Arias Navarro ululando en la noche pregúntale, de mi parte, si cuando lloró la muerte del Caudillo por televisión fueron lágrimas de lagarto, de cocodrilo o de sentido deudo del dictador.
Los periodistas, bien lo sabes, siempre queremos saber, preguntar y preguntarnos. Como tú, seguro, seguirás haciendo como puedas, siempre que puedas.
Un abrazo, Raúl, desde La Alcarria.