Después de haber oído y visto por streaming este miércoles al consejero de Sanidad de Castilla-La Mancha, a cualquiera que lo haya hecho desde Guadalajara se le ponen las alarmas en formación y en posición de saludo. Luego, que nos llamen catastrofistas, pero eso es lo que hay.
Algunos llevamos décadas sospechando que el sistema autonómico español se nos ha ido de las manos casi desde sus comienzos. Lo que ahora estamos viviendo nos da motivos para reafirmarnos en esa convicción, para nuestro pesar.
Ver y oír al consejero Fernández sosteniendo que no hay nada nuevo que establecer contra el coronavirus en el Corredor del Henares o en La Sagra que sea diferente a lo aplicado para un pueblo remoto de la Alcarria conquense no es de juzgado de guardia, pero sí de película de terror por lo que inquieta.
Considerar a toda Castilla-La Mancha como un ente único absoluto es un absurdo en lo político, como viene lamentando Guadalajara desde 1978. Hacerlo también ahora, en plena epidemia, es una temeridad. Tan difícil de explicar como ver vacías las aulas de la Universidad de Alcalá en la calle Cifuentes (porque dependen de Madrid) y al lado, lleno como de ordinario el instituto «Buero Vallejo» (porque depende de Toledo).
Este martes, el miedo arrasó varios supermercados de Guadalajara, como bien ilustró LA CRÓNICA. Hubo compradores compulsivos locales, pero también muchos que llegaban aquí desde Madrid. Los hubo hasta de Valdemoro, de Mercadona en Mercadona hasta conseguir llenar el coche de alimentos no perecederos.
La realidad es la que está en la calle, más complicada que la que consideran algunos en algunos despachos o según la imaginan algunas cabezas. Insistir que «lo que ocurre en Madrid no nos está afectando a nosotros», como literalmente ha llegado a responder el consejero Fernández es cuestionable y puede que inexacto. Basta mirar por la ventana.
No hay fronteras para el virus, hasta que alguien las ponga. Entonces, quizá nos acordemos de lo dicho en un miércoles de streaming desde Toledo.
