Contra el fatalismo, la esperanza. Así de claro, aunque suene extraño. Lo normal, al ver cómo se desenvuelve la especie humana, sería abogar por la extinción de la Humanidad como mejor recurso para evitar prolongar sus errores hasta el fin de los tiempos. Al pensar eso demostramos que nos sobra vanidad y nos falta, casi siempre, alejarnos un par de pasos para poder mirar lo que nos rodea con un poco más de perspectiva.
Hace algo más de una década, Araceli Muñoz de Pedro era subdelegada del Gobierno en Guadalajara, a Fernando Grande-Marlaska aún se le respetaba (como juez) y Juan Miguel Castañeda era un teniente coronel que, tras larga carrera de servicios, había recalado en la capital de la Alcarria como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil.
Fue entonces, en un tórrido mes de julio de 2009, cuando aquel juez de la Audiencia Nacional imputaba al mando de la Benemérita por blanquear dinero de la mafia gallega del narcotráfico. Las acusaciones eran graves: asociación ilícita, blanqueo de capitales, cohecho, denuncia falsa e infidelidad en la custodia de documentos.
Lo cesaron de inmediato y tuvieron que echar mano de su segundo, que en aquellos días de estío andaba el hombre de vacaciones, para así cubrir de forma transitoria la baja y la vergüenza.
Al teniente coronel Castañeda no se le habían conocido hasta entonces sus devaneos con el «lado oscuro», aunque sí tenía tras de sí una persistente confusión entre la disciplina y los malos modos. Lo denunciaron en 2008 varios agentes de la Agrupación de Tráfico de Guadalajara, hartos de estar hartos. Aunque la juez sobreseyó el asunto, aquello pintaba mal. Nadie imaginaba cuánto.
Visto con la perspectiva que nos exigíamos al comienzo de este artículo, que en 2021 podamos escribir un buen balance del que fue su definitivo sucesor en el puesto, al que llegó en 2012, es todo un alivio. Se va el ahora coronel Luis Pascual Segura, que es de quien hablamos, a tierras vascas. Y lo hace no sólo con una estrella más que con las que llegó hace nueve años sino, sobre todo, con el mérito de haber remansado las aguas de una Comandancia que se había convertido en un despropósito, bien a pesar de la inmensa mayoría de los guardias civiles de esta demarcación.
Los periodistas no somos de aplaudir. Es más, un periodista jamás debiera aplaudir en público a nada ni a nadie mientras está ejerciendo su labor, siquiera por mantener con ese gesto el afán de objetividad que se debe al oficio. Pero lo que no se nos puede negar es el derecho a sentirnos agradecidos, al menos, al devenir de algunos acontecimientos de los que contamos, cuando los interpretamos como ciudadanos y resultan en beneficio de la sociedad en la que vivimos.
Las cosas han cambiado, a mejor, en la Guardia Civil de Guadalajara. La teniente coronel Moreno, que toma el relevo, lo sabe bien porque lo vivió muy de cerca mientras fue la tercera de esa «casa» de la Avenida de Castilla.
Ahora, Araceli Muñoz de Pedro ni es subdelegada del Gobierno en Guadalajara y ni siquiera está en la política. Ahora, a Fernando Grande-Marlaska ya no se le respeta como el juez que fue y tampoco demasiado como el ministro que aún es. A Juan Miguel Castañeda, ya fallecido, se le perdió la pista y ya no está ni siquiera en la memoria de esta ciudad y de esta provincia, tan dada al halago fácil como al olvido perpetuo. Los nacidos aquí lo saben bien. Muchos de los llegados de fuera, también.
Hoy era preciso recordar lo malo que puede llegar a haber bajo un uniforme verde para poner en su justo valor el acierto de esa otra gestión, la de Pascual Segura, que ya termina por estas tierras.
Lo hacemos sin aplausos, pero con agradecimiento.