Aquella noche, hace ya unos cuantos años, paseaba este que les escribe por el Boulevard de Clichy, admirado de la larga hilera de pacientes humanos que aguardaban en la acera, más cerca los últimos de la avenida de Caulaincourt que del destino de todos ellos, que era entrar en el "Moulin Rouge". Mientras yo convencía a la mujer que me soporta las noches y los días de lo conveniente que era evitarse ese espectáculo (y esa espera) mis ojos se toparon con aquel flequillo inconfundible, con el andaluz que lo portaba y con la amable señora que lo flanqueaba. Era, ya lo habrá deducido el lector, Pepe Oneto.
Así fue y no de otra manera como pude compartir con el muy conocido periodista gaditano el hecho de que él hubiera presidido el jurado que en febrero de 1999 acordó conceder a este otro periodista, alcarreño y bastante más quejumbroso que aquel, el Premio de Periodismo "Provincia de Guadalajara". Mas de tres lustros habían pasado entre uno y otro momento.
El encuentro se prolongó lo justo para intercambiarnos sorpresas y saludos, parabienes y buenos deseos y no sobrepasar la duración que aconseja la prudencia e impone la urbanidad. Eso, más aún en una ciudad como París, era obligado.
La afabilidad de aquella noche volvería a repetirse, y acrecentarse, andando el tiempo y los años, en reiterados encuentros al cobijo de las actividades de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo, asociación en la que volvimos a coincidir, ya fuese para andar y ver por esos mundos o para echar unas risas con mesa y mantel de por medio.
Y ahora, como un fogonazo, la vida se deshace en la noticia de tu muerte. ¿Acaso es justo para quien tanto quería seguir viviendo todo para verlo y para contarlo todo?
A los pocos meses de aquel premio de 1999, nacía este diario. Ha tenido que ser, precisamente, en el día de su vigésimo aniversario cuando tú te conviertes en la noticia más indeseada con tu fallecimiento. No he podido evitar compartirla con los lectores, que por ahí andan, entre teléfonos móviles y teclados con monitor, al calor de la tarde de un otoño que parece primavera…
Y tú, muerto. Y los que te conocimos y te apreciamos, con temblores de espanto. El único consuelo es admitir que todo lo que trabajaste seguirá dando frutos.
Descansa en paz, Pepe Oneto, en el mundo sin fronteras en el que ya estás. Te toca, también en eso, marcarnos a otros el camino.