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21 noviembre 2024
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A los toros, sin ser de Vox

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Ahora va a resultar que si te gustan los toros y estás dispuesto a rascarte el bolsillo para pagarte una entrada de tendido, de grada o de andanada en Madrid eres de Vox. Sí o sí.

Ahora va a resultar que Simone de Beauvoir nunca fue escritora, ni filósofa y mucho menos feminista, sino una infiltrada despreciable cuya pasión era ver sufrir un animal en el ruedo. Eso de que ella disfrutaba viendo a los miuras sobre la arena, por las plazas españolas y en compañía de su novio, cierto como era y como fue, espantará tanto a los censores de guardia que deberá prevalecer sobre todo lo demás. Grave delito ético y estético que la anula como referencia del segundo sexo y de todos los demás que pueda haber, por los siglos de los siglos, antes, ahora y para la posteridad.

Ahora va a resultar que el invento de las señoritas toreras nunca existió. Aunque existió. Y lo inventó un catalán de Cataluña, en nada feminista sino amante de las pesetas que le reportaba lo de vestir de luces a esas aguerridas mujeres, casi todas catalanas. Ahora ya no, que en Cataluña ya no torean ni las señoritas ni los toreros, por culpa de los señoritos independentistas y sus tontos útiles.

Ahora va a resultar que Disney tenía razón y que "Civilón", en quien se inspiró el autor del cuento del tierno Ferdinando, era un toro trazado con lápices de colores y no un astado al que el primer Balañá le supo sacar los cuartos (en Barcelona, sí, en Barcelona) por los años 30 del pasado siglo. Aquel animal, tan manso en la dehesa que los niños lo acariciaban, fue llevado al ruedo de la Monumental barceloní pero sin permitirle demostrar su bravura, por si acaso se jodía el negocio. Indultado como fue pasado el primer tercio, los animales bípedos que le rodeaban aquel verano de 1936 se liaron a tiros en una guerra civil, que él tampoco pudo seguir mucho tiempo, retenido en los corrales: al cabo de unas semanas, se lo comieron los milicianos.

Ahora va a resultar que a El Juli sí se le va a poder ver en Madrid, por San Isidro, y no sólo en Guadalajara, el 7 de abril. A ver cómo afecta eso a la taquilla, escuálida casi siempre por la desafección de quien si ha de pagar no se sienta en los tendidos. Y de los "paganos", también y con más motivo.

Ahora va a resultar, en fin, que ha empezado una nueva temporada de eso que llaman "fiesta de los toros", la que los devotos de la nueva religión del animalismo observan como sangrante anatema.

Al menos sobre el albero, entre el negro zaíno de algunos toros y el blanco de las camisas de los diestros hay mucho color y pocos grises que no sean albaserradas. Para gris, siempre y sobre todo, la vida del que si pudiera prohibiría hasta el aliento al resto, con tal  de imponer sus deseos, justificados por sus ideas. Las suyas, no las de muchos otros.

Y no, no hace falta ser de Vox para reconocerse como aficionado a los toros, para entenderlos y hasta para disfrutarlos, cuando la ocasión ayuda. De vez en cuando, hasta anarquistas veo sentados a mi vera, diciendo aquello de "que Dios reparta suerte".

Esas cosas, y muchas más, que solo ocurren donde la libertad existe. En una tarde de toros, sin ir más lejos.